
24 de octubre 2024
Día Internacional contra el Cambio Climático
Noticias- La secretaría de Ambiente y Conservación de Recursos Naturales de la Universidad Nacional de La Plata comparte un artículo en el Día Internacional contra el Cambio Climático, destinado a concientizar sobre los efectos de la crisis climática, así como tomar medidas que ayuden a disminuir el impacto de las actividades humanas que la provocan. Si bien esta efeméride no ha sido proclamada oficialmente por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), este organismo apoya la iniciativa de generar acciones para contrarrestar el cambio climático.
- Por María Alejandra González y Lucrecia Gringauz
- Energía nuclear: ¿una aliada contra el cambio climático?
- Tecnología nuclear: hechos, valoraciones y debates
- En relación con la radiactividad, sin duda muchas cosas han pasado desde los primigenios ensayos y descubrimientos de María Skłodowska-Curie o de Henri Becquerel hasta las más novedosas aplicaciones contemporáneas de la tecnología nuclear.
- En casi un siglo y medio de avances científico-tecnológicos atómicos han surgido y se han destacado numerosas personalidades, instituciones, políticas y organizaciones mundiales, con sus improntas cambiantes entre etapas de paz y prosperidad global o en contextos signados por confrontaciones de variados signos. La inédita capacidad destructiva de las bombas atómicas, el accidente de la central nuclear de Chernobyl (ubicada en la actual Ucrania), las consecuencias del terremoto y tsunami que azotó las costas de Japón y afectó la central de Fukushima Daiichi, han jalonado la expansión de esta tecnología.
- Pero también lo han hecho su imponderable contribución a la medicina, al agro, a la industria y, por supuesto, a la generación de la cada vez más demandada e imprescindible energía eléctrica.
- En torno de ese devenir es posible señalar también cambiantes representaciones sociales con las que la tecnología nuclear se ha articulado. En distintos periodos, discursos y narrativas disímiles -incluso contrapuestos entre sí- contribuyeron a configurar a esta tecnología como un aporte ineludible, como un despliegue innecesario, como un derroche de recursos, como una amenaza inmanejable, como una promesa destacable, como un logro soberano, entre muchas otras ideas.
- Como sucede con las percepciones colectivas -que son siempre históricas, coyunturales y por eso mismo susceptibles de transformación- su fundamento en los hechos y en los “datos duros” es a la vez evidente y relativo.
- Sin pretender concretar aquí una pormenorizada historización de esas dimensiones sociales de la energía nuclear, sí parece posible caracterizar, a grandes rasgos, el momento actual como un punto de inflexión. En esta tercera década del siglo XXI, los avances en materia de energía nuclear se recortan (tanto en el escenario doméstico como a escala mundial) como un componente necesario -sino y fundamental- para mitigar el calentamiento global, combatir el cambio climático y contribuir a la descarbonización planetaria. Todo lo cual, además, queda entramado con el camino hacia una transición energética basada en un modelo de desarrollo seguro y sustentable, cuyo horizonte es el bienestar de las sociedades presentes y la garantía de prosperidad para las generaciones futuras.
- Esas inflexiones, valoraciones y entramado a los que hicimos mención, redundan en el establecimiento de pautas, acuerdos y marcos regulatorios que contribuyen a las potencialidades -materiales y simbólicas- del despliegue nuclear. Por ejemplo, en diciembre del año 2023 en la Conferencia de las Partes, la COP28, realizada en Dubái, por primera vez en la historia de las cumbres climáticas se elaboró un texto en el que se pide abandonar progresivamente los combustibles fósiles.
- En ese mismo evento global, según el Boletín Energético N.º 52 “más de 20 países firmaron también una declaración con el objetivo de triplicar la capacidad de energía nuclear para 2050. La decisión, tomada en su mayoría por países europeos y norteamericanos, significa que la energía nuclear podría pasar de cubrir el 10% de las necesidades actuales de electricidad del mundo a cubrir casi un tercio en 25 años“. En línea con ello, la Unión Europea aprobó recientemente la inclusión de la energía nuclear y los combustibles alternativos como tecnologías estratégicas en su Ley para una Industria de Cero Emisiones.
- Esta reivindicación de lo nuclear aparece actualmente, aunque con sesgos y enfoques diversos, en cualquier intento de articular desarrollo con crecimiento y bienestar. Argentina tiene parte en esa conversación, no sólo como generador de energía sino, además, por liderar investigaciones, fabricar y exportar combustibles y reactores nucleares, y por destacar en una miríada de aplicaciones atómicas, en campos tan variados como el agropecuario, la industria y la medicina. Nuestro país se cuenta, de hecho, entre la decena de países con capacidades para dominar cada una de las diferentes etapas de lo que se conoce como el Ciclo del Combustible Nuclear.
- A continuación, expondremos someramente algunos de los aportes de la tecnología nuclear, junto con consensos y disensos sobre los que también, indudablemente, se asienta su despliegue.
- Una matriz diversa y dos características invariantes
Más allá de las valoraciones y del reciente entramado entre la tecnología nuclear y su contribución a una reversión o mitigación de la crisis climática, el rasgo distintivo de la nucleoelectricidad respecto de otras formas de generar energía -sean estas renovables o no- es su condición de “energía de base”. Esta característica remite a la posibilidad de las centrales nucleares de operar las 24 horas del día de los 365 días del año, de manera continua e independiente de factores externos, tales como los geográficos o estacionales, que tan determinantes resultan para la generación de otras energías como la eólica y solar.
La diversificación de la matriz energética, cuando es posible, es la opción más inteligente en términos de complementariedad y mejor aprovechamiento de las fuentes disponibles en cada estación del año y en cada momento histórico. En este sentido Argentina tiene la fortuna de un territorio y unos recursos abundantes y variados.La clave es no depender de una única forma de generación eléctrica.
La nuclear, como energía “de base” dentro de la matriz, junto con la térmica o la hidroeléctrica, permite mantener una oferta estable que se complementa con otras de carácter intermitente denominadas “de punta”. Las tres centrales nucleares argentinas (Atucha I, Embalse y Atucha II, por orden cronológico) tienen una capacidad instalada de 1763 megavatios eléctricos (MWe), es decir que son capaces de producir cerca del 10% de la energía que demandamos (Fig. 1).
Dentro del mix diversificado, la otra gran ventaja que distingue a la producción de nucleoelectricidad es su escasísima emisión de gases de efecto invernadero a lo largo de todas las etapas del ciclo productivo. Si bien todas las formas de producción de energía eléctrica generan impactos, que son puestos en consideración a la hora de decidir qué fuentes de energía integran el Sistema Argentino de Interconexión, existe un consenso robusto, consolidado en las últimas décadas, en torno de la conveniencia de fomentar las energías que generen menos emisiones con el fin de mitigar el daño al ambiente. Entonces, una forma de ver el balance costo ambiental/beneficio energético es comparar la emisión de gases de efecto invernadero por las distintas formas de generación de energía eléctrica.
En este sentido, es de destacar que dentro de un mix diversificado, la otra gran ventaja que distingue a la producción de nucleoelectricidad es su escasísima emisión de gases de efecto invernadero a lo largo de todas las etapas del ciclo productivo. Esto es porque la emisión de dióxido de carbono (CO2) de la energía nuclear es nula durante su funcionamiento, muy baja en la extracción del mineral y también muy baja en el desmantelamiento de la planta, por lo que resulta una alternativa válida para mitigar el calentamiento global, junto a las energías renovables (hidroeléctrica, solar fotovoltaica y aerogeneradores) (Fig. 2).
En un contexto en el que prescindir de la energía no parece una alternativa válida dentro de ningún modelo de desarrollo, la nucleoelectricidad destaca por sus características invariantes de escasa emisión de gases de efecto invernadero y su condición de energía de base, como hemos mencionado. Al mismo tiempo, es una de las mejores opciones para la generación masiva de electricidad por su competitividad económica, producción masiva y estabilidad del suministro. Así, la extensión de vida de las centrales que están operativas hace décadas, junto con la producción de reactores de cuarta generación o el diseño de pequeños reactores modulares, se conectan en este movimiento expansivo que inscribe a la tecnología nuclear en el campo de las energías limpias, verdes y estratégicas.
Mucho más que nucleoelectricidad
La tecnología nuclear es mucho más que sólo la posibilidad de generar energía eléctrica. Argentina cuenta, desde el comienzo de las actividades de la Comisión Nacional de Energía Atómica -en el año 1950-, con una variedad de instalaciones ligadas al desarrollo nuclear con fines pacíficos distribuidas en casi todo el territorio nacional. Por mencionar sólo las más relevantes y cotidianas, podemos decir que las técnicas nucleares se utilizan para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades complejas, y también para la esterilización de insumos médicos -como jeringas y equipos quirúrgicos-, prótesis, productos odontológicos y farmacéuticos o, incluso, tejidos u órganos; todo ello en el vasto campo de las aplicaciones médicas. Argentina también elabora sus propios radioisótopos para abastecer el 100% de los centros de medicina nuclear y hospitales nacionales y produce, además, excedentes para exportación. A su vez, existen proyectos con radiación gamma para desarrollar materiales que permitan fabricar implantes biocompatibles a partir de células de los mismos pacientes.
En el ámbito de la agricultura y la industria, las técnicas nucleares juegan un rol esencial en la irradiación de alimentos para inhibir su brotación, o en el control de plagas por medio de la técnica del insecto estéril, que contribuye a reducir el uso de agroquímicos y proteger los ecosistemas. A su vez, estas técnicas se utilizan para la conservación del patrimonio cultural, permitiendo desinfectar objetos sin dañarlos. En el mismo sentido, el monitoreo ambiental mediante técnicas analíticas nucleares proporciona información crucial sobre la calidad del aire, el agua y el suelo, ayudando a proteger el ambiente y a diseñar políticas públicas más efectivas. Las radiaciones ionizantes son utilizadas también para lograr el entrecruzamiento de polímeros para mantas, cintas, películas y tubos termocontraíbles; caños para tratamiento de superficies, curado de materiales, polimerización de tintas y laca, entre otros.
Lo dicho hasta aquí parece habilitar la más irrestricta reivindicación de las aplicaciones nucleares. Sin embargo, la tecnología nuclear -como todo campo del hacer humano-, se articula también con dudas y escepticismos, temores y preocupaciones, incertezas y riesgos.
¿Siempre hay un pero? Los residuos radiactivos
Abundante bibliografía y numerosos materiales de divulgación dan cuenta de las diferentes aplicaciones nucleares, sus beneficios y perspectivas a futuro (para más información puede consultar www.argentina.gob.ar/cnea y https://www.iaea.org/es). También una prolífica producción sienta posición en contra de esta tecnología o de algunas de sus implicancias. Argumentos y contraargumentos que se entrelazan con otras controversias científico-técnicas, muchas veces se anudan con un pero del desarrollo nuclear: los residuos radiactivos. De acuerdo con la definición formal de la Autoridad Regulatoria Nuclear los residuos radiactivos son aquellos materiales para los cuales no se prevé ningún uso ulterior y que contienen sustancias radiactivas con valores de actividad tales que exceden los valores autorizados establecidos por la autoridad regulatoria para su dispersión en el ambiente o los niveles genéricos de dispensa, según corresponda.
De los diversos tipos de residuos que las sociedades producen a diario, los radiactivos se cuentan entre los más temidos y, asimismo, entre los menos conocidos; también estos residuos son uno de los más controlados. De hecho, son los únicos residuos entre los muchos que generamos cotidianamente que están inventariados y monitoreados de manera permanente. En Argentina, un organismo del estado nacional, la Comisión Nacional de Energía Atómica a través del Programa Nacional de Gestión de Residuos Radiactivos (PNGRR), es responsable de la gestión segura de todos los residuos radiactivos y combustibles nucleares gastados provenientes de cualquiera de las actividades nucleares, públicas o privadas, del país (para más información puede consultar https://www.youtube.com/watch?v=XicdJ56vaug.)
Buena parte de los residuos radiactivos son elementos comunes, como guardapolvos, guantes, herramientas, instrumentos de laboratorio. No obstante, lo que distingue a los residuos de este tipo, es el hecho de ser emisores de radiación. Esto implica que, para minimizar su peligrosidad, es preciso aislarlos por el tiempo necesario hasta que ya no representen un riesgo para las personas ni para el ambiente.
¿Cuánto tiempo de aislamiento requieren los residuos radiactivos? Eso depende de cómo estén compuestos física, química y radiológicamente. Algunos elementos dejan de ser radiactivos en horas, días, semanas o meses. Otros pueden mantener su inestabilidad y su condición de emisores de radiación durante miles o incluso cientos de miles de años. Algunos de los que están contenidos en los combustibles nucleares gastados tienen períodos de semidesintegración muy extensos. Por eso mismo, una vez que los combustibles han sido utilizados en las centrales, pasan a sistemas de almacenamiento seguro prolongado (primero en piletas, y luego en seco), pero, aun así, siguen siendo radiactivos y potencialmente peligrosos. En general sobre este último punto se asientan objeciones, indefiniciones y controversias. En algunos países prima la voluntad de sostener los almacenamientos en seco tanto como sea posible. En otros se han desarrollado tecnologías para “reprocesar” los combustibles nucleares gastados; Reprocesar significa reciclarlos y por medio de procedimientos industriales de gran escala, convertirlos otra vez en combustibles que pueden ser utilizados en centrales nucleares de nuevo tipo (para más información puede consultar www.foronuclear.org/descubre-la-energia-nuclear/preguntas-y-respuestas/sobre-energia-nuclear/que-es-el-reproceso-y-donde-se-realiza/). En otras naciones se ha optado por la disposición final; es decir, por el emplazamiento de repositorios, en los que por medio de sistemas de barreras múltiples y redundantes -que demoran o evitan la migración de radionucleidos a la biosfera-, se garantiza el aislamiento de los residuos radiactivos y/o de los combustibles ya utilizados en las centrales nucleares. Hasta el momento, Argentina no ha tomado una decisión definitiva respecto de si se volcará o no al aprovechamiento del potencial energético que poseen los combustibles gastados.
Consensos internacionales
Por supuesto, la comunidad científica ha puesto el foco sobre ese núcleo de debates abierto por la cuestión de los residuos radiactivos y los combustibles nucleares gastados. Al respecto se dan unos fecundos procesos de interacción al interior de las instituciones científico-tecnológicas y políticas que en cada país se dedican a estos temas.
En el marco del sistema de Naciones Unidas, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA en español, IAEA por sus siglas en inglés) propicia no sólo la producción de información de circulación ampliada y compartida, sino también la efectiva concreción de instancias para la revisión y la puesta en común de los avances y desafíos que enfrentan la mayor parte de las naciones que han incursionado en esta tecnología. Ejemplo de esto es la “Convención Conjunta sobre Seguridad en la Gestión del Combustible Gastado y sobre Seguridad en la Gestión de Desechos Radiactivos”. La “Convención Conjunta” es un tratado internacional -al que Argentina suscribió en el año 2000- que compromete a las partes contratantes a la presentación de exhaustivos informes que compendian los más diversos aspectos relacionados con la seguridad de la gestión de combustibles y residuos nucleares (los informes elaborados por Argentina pueden consultarse en https://www.argentina.gob.ar/cnea/Tecnologia-nuclear/pngrr/informes). La búsqueda se orienta a las innovaciones que, en materia tecnológica, contribuyan al máximo aprovechamiento de los recursos y a la minimización de los riesgos relacionados con las diferentes etapas de la gestión. Asimismo, el énfasis se halla en la búsqueda e implementación de mecanismos que garanticen el conocimiento y la participación pública en torno de las alternativas diseñadas por los organismos responsables. Tanto la experiencia local como la internacional demuestran que la viabilidad de cualquier proyecto nuclear y, aún más la de aquellos directamente implicados con la gestión de los residuos o con la remediación y reutilización del ambiente, es altamente dependiente del involucramiento de las comunidades implicadas y de los actores sociales relevantes. Por ello, resulta crucial tomar en cuenta la participación temprana de las comunidades.
Para garantizar cualquier modalidad de participación e involucramiento, el punto de partida es, necesariamente, la información. Es sin duda responsabilidad de los organismos a cargo de los proyectos científico-tecnológicos, la elaboración de materiales informativos que sean fidedignos, y que tiendan a interpelar -desde el comienzo de cada proyecto y a lo largo de todo su desarrollo- a los más amplios y diversos sectores de la comunidad. En este punto, aunque pueda resultar algo obvio, no está de más enfatizar que fomentar los debates para intentar construir consensos, no implica acallar a las críticas honestas, sino articular respuestas válidas, en base a las certezas, las evidencias y frente a las incertidumbres.
Para no dejar pasar
El escenario actual, en el que la energía nuclear se imbrica con la resolución de problemas complejos y acuciantes, se presenta como un verdadero punto de inflexión. Sus aplicaciones se profundizan o expanden, no sólo en lo que refiere a generación eléctrica, sino también en otros campos. Mientras tanto, sobre las certezas ya consolidadas e incluso sobre las controversias no saldadas, nuevos enfoques y valoraciones sociales articulan a la energía nuclear con una -hasta hace pocos años impensada- condición de energía limpia o verde, y de tecnología estratégica o sustentable. Todo ello queda incluso plasmado en novedosas normativas y regulaciones nacidas del consenso de la comunidad científico-política internacional, tendientes al fomento de la tecnología nuclear en pos de mitigar el cambio climático, garantizar la transición energética o profundizar los procesos de descarbonización.
Los estándares contemporáneos de bienestar -ya sea como realidad o como horizonte buscado- parecen no dejar margen para prescindir de los aportes del desarrollo nuclear. Argentina, con el foco en el porvenir, el crecimiento y el bienestar de la sociedad, tiene la posibilidad de contar con la energía nuclear como una aliada destacada. Una oportunidad que no deberíamos dejar pasar
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